Asedio a la fortaleza patagónica

El Aconcagua es la montaña más alta de América, también de todo el mundo sin contar Asia, gracias a sus 6.959 metros sobre el nivel del mar. Así pues, el Centinela de Piedra, de la expresión quechua Ackon Cahuak como posible origen etimológico del actual topónimo (en discusión con el araucano o mapudungun Aconca-Hue), se eleva casi como un sietemil en la provincia argentina de Mendoza, al oeste de la parte central del país, sobre todas las restantes cumbres de la cordillera de los Andes, desde el golfo de Guayaquil (Ecuador) a Tierra del Fuego (Argentina y Chile). Sin embargo, la belleza de las montañas no sólo se mide por su altura. De hecho, más al sur, en la Patagonia, tanto argentina como chilena, se yerguen majestuosas siluetas de picos con apenas 3.000 metros, pero catalogadas entre las cumbres más hermosas y extremas del planeta. Son el Fitz Roy o El Chalten, el Cerro Torre y las Torres del Paine.
Ubicado en la Región de Magallanes y de la Antártica Chilena, dentro de la provincia de Última Esperanza, denominación que revela su remota localización, el macizo del Paine constituye el extremo meridional del campo glacial Hielo Continental Sur y, aunque geográficamente se levanta junto a la cordillera andina, su origen geológico resulta posterior y difiere del choque de placas tectónicas causante de la espina dorsal montañosa que recorre el subcontinente de norte a sur. No en vano, el abrupto conjunto, que discurre de oeste a este, surgió hace 12 millones de años como consecuencia de una intrusión magmática de roca granítica por una falla hasta elevar los estratos sedimentarios de la cuenca original. Posteriormente, la erosión del hielo se encargo de esculpir un paraje imponente de paredes verticales, que quedó al descubierto tras el retroceso de las masas congeladas hacia el norte al finalizar la última glaciación. Un vasto y salvaje territorio irresistible para múltiples exploradores y montañeros.
Las primeras referencias occidentales sobre el macizo del Paine, Azul en el lenguaje de los aborígenes aoinikenk, datan de la segunda mitad del siglo XIX, cuando la expedición liderada por el teniente inglés de la Armada chilena Juan Tomás Rogers divisó la cordillera y sus torres en 1879. Sin embargo, la exploración del terreno se demoró hasta los viajes protagonizados por el misionero italiano Alberto María de Agostini entre 1917 y 1943. «Nos hallamos encerrados en un amplio anfiteatro, constituido por formidables paredes de montañas que, similares a ciclópeos bastiones y a torres de una terrible fortaleza, defienden esta cuenca contra toda invasión externa», relató el padre salesiano. A partir de ahí, la conquista de las cimas del Paine se convirtió en objetivo del asedio de los montañeros más experimentados.

La cumbre principal del Paine Grande, la mayor cota de la zona con 3.050 metros de altitud, constituyó el principal reto del macizo, aunque antes se hollaron diversas cimas secundarias y la montaña se cobró el tributo de varias vidas humanas sobre sus faldas. Finalmente, la cordada de los argentinos Jerev Davorin y Carlos Sonntag rozó la gloria en noviembre de 1957 después de eludir los controles chilenos de ingreso al parque nacional, que por disposición extraordinaria habían ordenado reservar la cumbre principal a la expedición italiana del mes siguiente liderada por el conde Guido Monzino, pero tuvieron que abandonar la ascensión a 40 metros de la cima. Así pues, el definitivo y exitoso asalto no llegó hasta diciembre de 1957 por parte del grupo transalpino de Guido Monzino, Jean Bich, Leonardo Carrel, Toni Gobbi, Camillo Pelissiery y Pierino Pession, equipo que remató el viaje en enero del año siguiente con la primera ascensión a la Torre Norte tras fracasar en la Sur. En cualquier caso, muestra de la dificultad de la empresa, complicada por la adversa meteorología y la inestabilidad de los glaciares en la zona, es el plazo de más de 40 años años que debieron de pasar hasta una segunda conquista de la cumbre principal del Paine, a cargo del argentino Rolando Garibotti y el francés Bruno Sourzac en octubre de 2000.
Y tampoco desmerece la carrera por tomar la Torre Central en diciembre de 1963. A pesar de ostentar una altitud inferior a los 3.000 metros, el objetivo comparte con el Paine Grande la dificultad de las hostiles condiciones climáticas y un tremendo desnivel, pues la menor cota del parque nacional se encuentra a 250 metros de altura sobre los cercanos fiordos de la costa del Pacífico. Casi tanto desnivel, en definitiva, como altitud y, en el caso de las Torres, concentrado en inmensas y verticales paredes graníticas. En este escenario, una expedición inglesa y otra, de nuevo, italiana, con algunos de los mejores escaladores de la época entre las filas de las dos, coincidieron a finales del 63 a los pies de las Torres del Paine para competir por inscribir sus nombres en la historia del montañismo. Pese a que los italianos, liderados por Giancarlo Frigen, se adelantaron en la obtención del permiso oficial chileno, los ingleses, guiados por Bern Page, se colaron en el parque bajo la excusa de realizar una «expedición científico-geológica» y, además, se anticiparon en la carrera al improvisar un refugio en el collado para aprovechar las ventanas de buen tiempo. Sin embargo, la técnica de Armando Aste de Rovereto y Josue Aiazzi permitió una rápida progresión para recortar parte de la ventaja cobrada sobre la pared por las cordadas de Christian Bonington-Donald Williams y John Streetly-Vic Bray. Por ello, los «perros ingleses» o «hijos de la pérfida Albión», que diría Arturo Pérez Reverte, adoptaron una controvertida decisión para no facilitar la ascensión de sus adversarios ante el temor de resultar superados por los latinos: la pareja de retaguardia descendió para retirar todos los clavos colocados sobre el granito y también la avanzadilla progresó a partir de entonces sin dejar ningún anclaje bajo sus pies. Así, Bonington y Williams hollaron la cima de la Torre Central del Paine (2.800 metros) al atardecer del 16 de diciembre de 1963, mientras que Aste y Aiazzi se debieron conformar con pisar la cumbre en segundo lugar a primeras horas del día siguiente tras cruzarse con los ingleses en su descenso. Después de aquel fracaso, para aprovechar la expedición o para hallar consuelo tras la derrota, los escaladores italianos centraron sus esfuerzos en la Torre Sur, última cima todavía sin coquistas en el macizo del Paine. Y aunque no tan imponente como la Torre Central, finalmente resultó el bastión de mayor altitutd (2.850 metros) del trío, un registro que quizá resarciera de la anterior frustración. O quizá tampoco.

Para mayor información, se puede consultar la página en Internet del Parque Nacional Torres del Paine y la versión digital del Cuaderno Patagónico 7 El Paine, dentro de un conjunto editado por Techint en honor de Agostino Rocca como fundador del grupo empresarial familiar en 1945 y en «homenaje a la pasión que une a todos los amantes de la montaña», al tiempo que «contribuye al conocimiento de los espléndidos y aún poco frecuentados parajes».

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3 Responses to Asedio a la fortaleza patagónica

  1. Ata dice:

    Aún me acuerdo de aquelas páginas que me prestaste sobre la tozudez de un tal Mallory que murió al intentar subir a lo más alto, simplemente porque estaba allí. Nada mas picar hacia arriba. Aventura. Te envidio compañero, con esa sana envidia de los que te quieren y desearían ver con sus ojos todo lo que estás viendo. Todo se andará.

    Saudos desde una gris, aunque soleada, mañana de oficina pequeñoburguesa.

  2. ana dice:

    lo q se aprende con este blog, chiquete…
    Pérfida Albión
    los de ciencias no controlamos mucho estas cosas , pero ya me he puesto al dia, por supuesto tu MADRE si q sabia de que hablabas¡¡¡
    besos

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