El rugido del agua

1, 2, 3, 4 y 5 segundos. Durante este tiempo, un promedio de 6 millones de litros de agua se desploman por los 275 saltos, a lo largo de 4 kilómetros y con una altura de hasta 80 metros, de las cataratas del río Iguazú, en la frontera entre Brasil y Argentina. Un caudal equivalente al grifo de una ducha abierto al máximo durante 5.000 horas. Aunque las cifras, y las fotografías, permiten representar el volumen y, por tanto, el espectáculo visual, resultan insuficientes para describir en conjunto las cascadas, pues la mayor impresión no se percibe en Iguazú (aguas grandes en lengua guaraní) a través de la vista sino del oido. Un fragor sordo, permanente y pegajoso como la espesa neblina emanada desde los saltos de agua, visible a kilómetros de distancia. «El río da un salto por unas peñas abajo muy altas, y da el agua en lo bajo de la tierra tan grande golpe que de muy lejos se oye; y la espuma del agua, como cae con tanta fuerza, sube en alto dos lanzas y más». Así relató el español Alvar Núñez Cabeza de Vaca el descubrimiento para Europa en 1542 de una de las mayores cataratas del mundo, sólo equiparable al Salto del Ángel, en Venezuela (con 1.002 metros de altura), y a las Victoria (con 1,7 kilómetros de anchura), en la frontera entre Zambia y Zimbabue.
Declaradas Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco, las cascadas se formaron hace 200.000 años en la desembocadura del río Iguazú en el Paraná a causa de la diferencia de altura existente por la presencia de coladas basálticas superpuestas tras erupciones volcánicas registradas millones de años antes. Desde entonces, las cataratas retrocedieron unos 23 kilómetros cauce arriba desde su ubicación original a raíz de la erosión del agua sobre las rocas. Explicación geológica al margen, una leyenda indígena narra la huida del joven guerrero Tarobá con Naípi, hija del cacique de la tribu, después de que el padre de su amada accediera a consagrarla de por vida al culto de M’boy, dios serpiente gobernador del mundo. Tras percatarse de la fuga de la pareja en canoa sobre la corriente del Iguazú, la divinidad se enfureció al ver contrariada su voluntad y penetró en las entrañas de la tierra para crear una enorme fractura en el cauce del río por la que se precipitaron los dos enamorados. Y, como castigo final a la osadía, el dios serpiente transformó al guerrero en un árbol sobre el borde del abismo y a la joven en una roca a los pies de la cascada, separados para la eternidad por las turbulentas y estruendas aguas del Iguazú. Quizá el rugido de las cataratas sea la carcajada de la deidad o el lamento de los dos amantes.

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2 Responses to El rugido del agua

  1. Fefo dice:

    Ya está todo dicho, pero seguimos aquí. Sólo que sepas que esto engancha. Mira a ver que ya hace días que regresaste de tierra de fuego…

    No te duermas Paco Pico, je,je…

  2. mama dice:

    No tengo palabras cuando veo estas fotos, guay, seguir asi que yo ya voy a ver todo por fotos, os quiero besazos. cuidado con el sueño, viva la fiesta

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